Juan y Josefa | IMAGEN AH
“Ya no se vive de la pesca. Yo he vivido siempre de la mar. Me casé con 28 años. Tuvimos cinco hijos. Donde vivimos, lo que es el origen de nuestra casa, solo compramos por aquellos tiempos dos cuartos y el resto era solar. Y según íbamos ganando, pues íbamos ampliando un poco. Yo podía antes coger el pescado que quería, ni tenía talla de coger, ni tope que coger, con el amaño que que quería... Hoy, no”. Juan señala que las cosas ahora son diferentes también para el que tiene una pequeña embarcación. “Estoy retirado, tengo un bote para comer, cuando voy a coger un pez para comer viene la patrullera: 'enséñeme los papeles, enséñeme esto'; el pez, si llega al tamaño, bien, si no ya estoy multado”.
"La vida del pescador es como la del minero: ni tenemos hora de comida, ni tenemos hora de sueño, trabajamos a veces día y noche sin dormir."
"A veces, cuando íbamos a comer, llegaba todo el pescado y, entonces, para arriba, todo para un lado y vamos a trabajar. Cuando ya terminaste la faena ya no tenías ganas de nada. Esa es la vida del pescador, no hay otra. Cuando era más pequeño, si llevábamos abriguito nos lo poníamos en la cabecera y nos pegábamos diez o doce días en Los Cristianos; porque como eran barquitos de remo, no podíamos ir y venir y teníamos que quedarnos. La rutina era la de que comíamos por la noche bonito cocinado con papas, todo junto en un caldero. A mediodía comíamos lo que nos sobraba de la noche, el bonito frío, con las papas frías. Esa era la vida nuestra".
Cuando Juan tenía 10 años, su padre lo llevó a trabajar a La Gomera durante seis años. "Íbamos a trabajar la semana entera a las canteras, a echar las caballas a tierra en casa de don Mario. Hoy esa fabrica esta abandonada. Ahí no había ni desayuno, veníamos con 200 o 300 Kg de caballas y había que apañarlas al tablero, echarlas para tierra y después en un carro de esos con dos ruedas y un alambre empujando. Y lo llevábamos hasta la fabrica. Luego fregábamos el barco. A las 10 y media o las 11, al viejo lo mandábamos para que fuera preparando el caldero y de esa tarde; antes, ni un buche de agua, ni de café, ni nada. Llegaba el viejo cuando el caldero ya estaba listo: papas y caballa". Comían lo que tenían, "a las 11 estábamos dormidos para trabajar por la noche, también comíamos el gofio amasado y la garrafa helada, ni plátano ni nada, ni una naranja para echar para detrás, ni nada. Nos acostábamos en una sombra bajo un cejo. Con la tardecita nos levantábamos otra vez, íbamos a la fuente que estaba por encima, sacamos un poco de agua, nos lavábamos la cara y para abajo. El viejo freía las caballas por la noche para no comerlas cocinadas, ahí no había otra cosa: o fritas o cocinadas, al almuerzo y a la cena; y después, si quedaban dos o tres caballas fritas las llevaba el viejo para bordo y a la 1 o 2 de la mañana amasaba gofio, una cebolla abierta y las caballas fritas; esa es la vida que yo llevé con 10 o 12 años".
"En esa época había barcos de más de 10 toneladas, había 18 barcos fondeados fuera, a parte de los más pequeños. Era la flota más grande que había". Ahora, tanto Juan como sus compañeros han visto como "ya solo quedan dos chicos con una pequeña embarcación"
El pescado de hoy día
Juan también hizo referencia a cómo ha cambiado el mar. "Antes la mar criaba, ahora la mar no cría". El pescador ha visto cómo de la pesca hemos pasado a las piscifactorías; "eso no sirve para comer ni para nada". Han probado en diferentes ocasiones los peces pero "estaba malísimo, de hecho se te quedaba el olor de las manos". Una de las razones es que alimentan a los peces con otras cosas que "no es pienso de pescado, por eso no sabe a nada. Uno, sabe lo que es pescado, y pescado fresco eso no lo es".
Para terminar apunta que "aquí, el pescador está perdido. Aquí, cantera de pescadores no hay".