
Teresa junto a su esposo Eugenio y sus hijos Iván (izq.) y David | SA
Chispea en Santa Cruz y persiste la llovizna hasta llegar al “recodo” de la gran rotonda de Icod –lugar muy querido por un servidor-, que me deriva a la autopista sentido a El Tanque y Santiago del Teide (¡qué buenas pateadas también allí!).
Esa carretera, que me hace pensar que estoy en tierras fecundas al resguardo de la vegetación y los pinares, con caseríos dispersos y multicolores, me va a llevar serpenteando a una zona imponente del Camino Llanito Perera.
Cuando salgo del coche percibo esa atmósfera que tanto me ha recordado a etapas del Camino de Santiago. Después del "homenaje", partí de Casa Geno por la noche y comprobé que desde allí también se divisaba “Compostela” (el Campo de las Estrellas).
Tenía esa “cosilla” del preámbulo antes de empezar el almuerzo; la Casa se presentaba tranquila, los grandes salones dispuestos para atender a los clientes (por vez última el pasado lunes). Se concretaba el fin de etapa después de 12 años de buena cocina y asados, ambas vertientes nacidas del corazón, del cariño y de la maestría en los fogones y en las brasas, como así expresan Teresa y Eugenio, el matrimonio que ha llevado las manijas de este reconocido sitio de condumios y vino, junto a sus hijos Iván y David, y el equipo de cocina y de atención en los comedores.

Un servidor se unió a la foto de familia | Salvador Aznar
Breve y amistoso recibimiento porque lo que querían los anfitriones era que probara una selección de lo que han sido iconos de Casa Geno, no sin antes pasar por los dominios de Teresa y de Eugenio, cada uno concentrado en lo suyo.

El fotógrafo Salvador Aznar se sumó a este hasta luego en el que -todo hay que decirlo- tampoco salía explícita esa pena-pena ante las expectativas de otra nueva fase de la vida. Y caramba, yo llegaba con hambre y a fe que me iba a colmar la secuencia que, por de pronto, se inició con el queso a la plancha acompañado por mojos y confituras.

Eugenio sigue a la faena, pendiente del carbón(luego tendremos nuestro premio en la mesa) junto a los vasos de vino del propio cosechero. Pero antes, Iván hace de enlace para sucesivamente invitarnos a disfrutar de unas mollejas de pollo, la ensalada reventona, croquetas de pescado y el escaldón.
Madre mía, qué digo: ¡un capitán escaldón! Con su costillita y demás pertrechos. “Es que aquí todo se hace con cariño, como si fuera para nosotros”, explica Teresa el porqué de que esa fuente sea el centro de las delicias.

Otro vaso de vino Salva; van y vienen las conversaciones. Claro, a Salva le puede cualquier enfoque y está siempre dispuesto a perseverar con la calidad de los encuadres. A veces hasta el límite de que se nos enfríe.

Vinito blanco de Eugenio | Salvador Aznar

Una señora parrillada | Salvador Aznar
¡Qué rico el quesillo! | Salvador Aznar
Seguimos de conversación. Los cuatro coinciden en que han sido afortunados y ambos hermanos consideran que más que haber dicho adiós se merece lo todas las vivencias un cálido ¡hasta pronto! No en balde, David tiene previsto seguir en la hostelería en el Puerto de la Cruz e Iván posiblemente acepte acudir a un “stage” de formación en cocina del País Vasco, más concretamente en San Sebastián.
Salen a la palestra jugosas anécdotas como las de un cliente que una vez quiso llevarse –sin permiso- una mata o la de aquellos que quisieron marcarse un “simpa” y uno de ellos quedó “invitado” a pagar la cuenta como freganchín… Al final tenía suficiente en la cartera para evitar el buen trabajo que le aguardaba…
Esto ha sido un trabajo laborioso, fuerte, sacrificado, pero hay buena sensación en la familia y todo el equipo: la satisfacción por todo lo bien hecho. También una conciliación con la tierra, el entorno, los vecinos, los clientes que llegan desde todos los puntos de la Islas.

Esas croquetas de pescado | Salvador Aznar
