Helen Acosta

Helen es canaria y vive desde hace algunos años entre Berlín y Zúrich

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Claudia es una escultura de Helen Acosta que homenajea a una amiga fallecida a través de una liebre blanca con tres patas / ATLÁNTICO HOY
Claudia es una escultura de Helen Acosta que homenajea a una amiga fallecida a través de una liebre blanca con tres patas / ATLÁNTICO HOY

El arte sumerge campanas y recoge lágrimas, eleva las almas y cambia lo que vemos si nos dejamos llevar por el mágico engaño de la mirada. Helen Acosta se acerca a las campanas, nos pone delante un recogelágrimas para cuando se deslice la tristeza y recrea, en una imagen de vídeo apoyada en el GoogleEarth, el viaje de su abuela, cuando muere, desde el Perpetuo Socorro de Las Palmas de Gran Canaria hacia el universo, dejando atrás, en la lejanía terrenal, las playas, las calles y los mapas que marcan la piel de este planeta.

Entré de casualidad en la exposición titulada Tanta Lejanía de San Antonio Abad, justo al lado de de donde dicen que se fundó la ciudad que habito y en donde también oró Colón antes de embarcarse más allá de un horizonte que entonces era un abismo. Helen es canaria y vive desde hace algunos años entre Berlín y Zúrich, y es justamente el paisaje suizo, las montañas nevadas, las que se cruzan todo el tiempo con las grandes olas del Atlántico. Ese logro que consigue que se confundan los perfiles de una ola y de una montaña, según miremos la imagen de un lado o del otro, es también la enseñanza de que no pertenecemos nunca a ninguna parte. Ese es el mensaje, si es que el arte tiene algún mensaje, de esa exposición que estará abierta hasta el mes de junio en Vegueta. Esas fotografías lenticulares se parecen mucho a nuestros sueños o a ese juego de sombras extrañas que es a veces la existencia. Me he acercado varias veces a la exposición de Helen Acosta, y en cada una de ellas descubro un detalle, un dibujo o una nueva constelación cosida con seda en medio de la nada. Todo es sutil y emocionante al mismo tiempo, un camino personal hacia la belleza que nos puede suscitar una imagen o un objeto cuando nos lo enseñan desde otra mirada. Esa belleza también la escenifica una liebre con tres patas, que dicen que es el alma de quienes se quitan la vida ahorcándose. Helen ayuda a que esa eternidad no se quede coja para siempre con un apósito de cristal en la que brilla el romero, como brilla el blanco intenso con la figura de la liebre.

En estos tiempos tan convulsos en los que, cada vez que lees las noticias, crees menos en el ser humano, la serenidad que encuentras en una sala de arte cuando alguien quiere contarte al oído lo que mira desde que se levanta, logra que todo se equilibre un poco, y que relativicemos lo que creemos importante, y que casi siempre no es más que un juego de espejos engañosos, como esas fotografías de Helen que nos enseñan lo que no ven los ojos si nos ciega la inmediatez de lo que tenemos delante. Uno sale de esa exposición rastreando nuevas estancias del alma, y creo que el arte es eso, la puerta que alguien nos abre de repente para que podamos encontrar nuevos caminos por los que seguir andando.