El pueblo de Moya en Gran Canaria/ RECORD GO
El pueblo de Moya en Gran Canaria/ RECORD GO

El secreto mejor guardado del norte de Gran Canaria: un pueblo con paisajes que te dejan sin aliento

Un pueblo canario que fue territorio aborigen en el siglo XV y no sale en las guías turísticas

Clara Torres

Actualizada:

Es poco habitual encontrarlo en los itinerarios turísticos de Canarias, pero sus paisajes dejan sin aliento. Así es Moya, un pueblo del norte de Gran Canaria tradicionalmente rural y con un entorno natural de alto valor paisajístico.

Un pueblo suspendido entre barrancos

El casco antiguo de Moya se alza sobre un promontorio rocoso que domina el paisaje entre los barrancos de Moya y Azuaje, los pulmones verdes del norte de Gran Canaria. Su entramado urbano está repleto de casas tradicionales con balcones de madera con vistas al mar.

Este municipio del norte de Gran Canaria, con algo más de 7.000 habitantes, mantiene una vida social marcada por la cercanía y las costumbres de siempre. En el casco y en barrios como Fontanales, El Tablero o Doramas, todavía se celebran fiestas patronales con carretas, romerías y bailes de timple,

Pero si algo define a Moya es su entorno natural. El barranco de Azuaje, a pocos pasos del centro, conserva uno de los últimos reductos de laurisilva en la isla, un vestigio de la selva húmeda que un día cubrió buena parte de Canarias. Desde el casco antiguo, parte un antiguo sendero real que desciende hacia este barranco, entre ruinas termales y muros de piedra cubiertos de musgo.

Historia con nombre propio

Oficialmente, se fundó en el siglo XVI, pero el origen de Moya es mucho más antiguo. Fue territorio de aborígenes canarios —los canarii o guanartemes— y, tras la conquista castellana en 1483, se convirtió en punto estratégico por sus tierras fértiles.

Uno de sus hijos más ilustres fue Tomás Morales, poeta modernista cuyo legado se puede visitar en la Casa-Museo que lleva su nombre. Morales cantó a la isla y su figura sigue siendo un referente para la identidad canaria.

Un pueblo de hornos encendidos

Si hay un aroma que define Moya es el del bizcocho, una delicia tradicional que se sigue haciendo como antaño, con huevos frescos, harina, azúcar y sin aditivos. Sorprende su textura seca y ligera, pensada para acompañar el café o mojarse en leche.

Menos conocido, pero igual de sabroso, es el suspiro de Moya, un pequeño merengue seco que también se vende en las panaderías locales. Estas recetas, lejos de perderse, se han convertido en símbolo de identidad del pueblo.

Curiosidades que no todos conocen

Moya cuenta con una de las iglesias más imponentes del norte grancanario: la Iglesia de Nuestra Señora de Candelaria, reconstruida en el siglo XX con un estilo neoclásico que contrasta con el entorno rural. Su torre es visible desde varios puntos de la comarca.

A pocos metros del templo, hay una pequeña calle lleva al mirador del Charco San Lorenzo, donde se dice que antiguamente existió un cráter marino natural. A día de hoy, hay una popular piscina natural desde la que, en días claros se puede ver Agaete, e incluso Tenerife.

Otra curiosidad es que en Moya aún sobrevive la toponimia aborigen en zonas como "Trujillo", "Lomo Blanco" o "Barranco del Laurel". Esto ha despertado el interés de investigadores como José Barrios García, especialista en historia indígena, o Julio Cuenca Sanabria, arqueólogo vinculado a proyectos en el norte de Gran Canaria, que estudian la continuidad cultural entre el mundo indígena y el campesinado canario.