Aquí no se viene a sobrevivir

Cada mañana, al salir de casa, me enfrento a una decisión que, en apariencia, es mínima: cómo sacar el coche del garaje

Agoney Melián, secretario de organización de la Confederación Española de Asociaciones de Jóvenes Empresarios (CEAJE). /Cedida

Cada mañana, al salir de casa, me enfrento a una decisión que, en apariencia, es mínima: cómo sacar el coche del garaje. Es un lugar estrecho, incómodo. Hay días en los que las plazas aledañas están vacías y podría elegir una salida más fácil. Pero no lo hago. Siempre opto por el paso más complicado. Lo hago por costumbre, sí, pero también por algo más profundo: para no olvidar cómo se hace. Para no ceder a la tentación del atajo. Para no acostumbrarme a lo cómodo.

Ese gesto repetido, casi insignificante, se ha convertido en un recordatorio simbólico de algo más grande: vivir no siempre es fácil. Y, a veces, si uno deja de entrenarse para las dificultades, cuando llegan —y llegan—, ya no sabemos cómo salir.

La trampa silenciosa de lo fácil

Vivimos en una sociedad que premia la inmediatez. Todo lo que se puede resolver con un clic parece mejor. Lo que ahorra esfuerzo se valora. Lo que no incomoda, se elige. Pero ese culto a lo fácil, a lo práctico, a lo rápido… tiene un precio. La comodidad mal entendida nos adormece. Nos desactiva. Nos vuelve torpes ante la vida real.

La vida, en cambio, no siempre da espacio. No siempre hay carriles libres. Y si nos acostumbramos a que todo sea sencillo, cuando la realidad se estreche, quizá ya no recordemos cómo maniobrar.

La herencia de una infancia difícil

Cuando uno ha tenido que hacerse adulto demasiado pronto, el cuerpo se habitúa a sobrevivir. A perfeccionar lo necesario para salir adelante. A desconfiar de lo simple. En mi caso, el reconocimiento no llegó desde lo emocional, sino desde lo funcional. Aprendí que, si hacía las cosas bien, si destacaba, si trabajaba más que los demás, algo parecido al amor podía aparecer. No era amor, pero se le parecía.

Con el tiempo, esa lógica se convirtió en una forma de estar en el mundo: producir, destacar, demostrar. Sobrevivir a base de logros. Pero hay una diferencia enorme entre sobrevivir… y vivir.

Vivir a medias también cansa

Una de las formas más tristes de agotamiento es esa que no se nota por fuera. La que viene de sonreír sin ganas, de rendir sin pausa, de estar presente en todos los espacios, excepto en uno: uno mismo.

Yo lo he vivido. Y sé que no soy el único.Personas que parecen tenerlo todo bajo control, pero por dentro están rotas de cansancio. Que funcionan, pero no sienten. Que ocupan espacios, pero no se habitan. Y en ese punto, la vida se convierte en una larga sucesión de días idénticos, donde no pasa nada y, sin embargo, algo se va muriendo lentamente.

El paralelismo social: la generación que corre sin saber por qué

No es casualidad. Vivimos en una época que glorifica el rendimiento. Nos han enseñado que parar es fracasar, que descansar es perder tiempo, que mostrarse vulnerable es debilidad.

Una generación entera corre. No se sabe muy bien hacia dónde. Pero corre. Vivimos atrapados entre la necesidad de mostrar y el miedo a no estar a la altura. Y mientras más corremos, menos espacio queda para lo esencial: para respirar, para pensar, para sentir. Para vivir.

El día que me sentí completamente desconectado

Recuerdo una jornada profesional importante, todo salió bien, o al menos, eso parecía. Hubo aplausos, reconocimiento, éxito. Pero al llegar a casa, me senté en el coche y me invadió una tristeza profunda.

No por lo vivido… sino por lo que no viví. Había estado en piloto automático. Cumplí, sí. Pero no estuve presente. Me sentí funcional, pero no humano.
Y me dije algo que todavía me golpea cuando me olvido de mí: esto no es vivir, es sobrevivir con buena reputación.

¿Y si el camino estrecho es el que te mantiene vivo?

Tal vez ese pequeño acto de sacar el coche por el paso más difícil es mi forma de recordarme que la vida no siempre va a facilitarme las cosas. Que no siempre habrá salidas abiertas. Y que, si me entreno en la incomodidad, si no me olvido de lo que puedo hacer cuando estoy centrado, quizás no me quiebre del todo cuando lleguen las curvas.

No se trata de elegir el dolor por el dolor. Se trata de no olvidar cómo se sale cuando no hay escapatoria fácil. Se trata de elegir conscientemente los espacios que nos exigen, que nos afilan, que nos despiertan.

No nos falta talento. Nos falta permiso

Muchas veces no se trata de no saber. Ni de no poder. Lo que nos pasa es que nos hemos prohibido ser vulnerables. Nos da miedo mostrarnos inseguros. Y hemos confundido eficiencia con valor personal.

La gente no se cae porque le falten herramientas. Se cae porque le falta permiso para usarlas. Porque hace demasiado que se olvidaron de sí mismos intentando cumplir con todo.

Volver a lo esencial

Vivir con intención no es una moda. Es una necesidad. Significa elegir lo que te hace bien, aunque no sea lo más cómodo. Significa dejar de huir de ti. Significa preguntarte cada día si estás habitando tu vida o simplemente sobreviviéndola.

Y si la respuesta no te gusta, entonces sí: es momento de volver al garaje. De girar el volante. De no tomar el atajo. De recuperar la capacidad de moverte, incluso en lo estrecho.

Epílogo: la salida que elegimos

Hay personas que siempre escogen el camino fácil, y no está mal. Todos necesitamos respirar. Pero a veces, lo fácil te ablanda. Te hace olvidar de lo que eres capaz.

Y en esta vida, habrá días en los que no haya atajos. Días en los que solo podrás salir si sabes cómo maniobrar, si estás presente.
Si has entrenado tu alma tanto como tu agenda.


No todos los coches caben en cualquier hueco.
No todas las personas saben salir cuando no hay espacio.
Pero quienes lo han hecho una y otra vez, aunque duela, aunque roce, aunque cueste… aprenden algo:
Que lo difícil también te da forma.
Que lo estrecho no siempre es límite, a veces es escuela.

Y que vivir de verdad no es elegir lo cómodo, sino lo que te conecta contigo.
Aunque cueste. Aunque nadie lo entienda.
Aunque parezca más lento.

Porque aquí no se viene a sobrevivir.
Aquí se viene a vivir con todas las letras.
Con todos los sentidos.
Con todos los riesgos.

Y si un día olvidas cómo se hace, que este texto sea el recordatorio: sigue saliendo por donde aprendas a reconocerte.
Aunque cueste, aunque duela, porque si puedes salir de ahí… es que todavía no te has perdido del todo.