Madrugada del 20 de noviembre de 1975. Marcelino Martín está de guardia en la redacción de Europa Press en Madrid. Alrededor de las cuatro y media de la mañana una llamada altera la tranquilidad de la noche. El telefonista Clemente Sanz descuelga y al otro lado del aparato, desde un camión habilitado por Telefónica junto al Hospital La Paz, el periodista Mariano González traslada una sospecha: el trasiego de personas y coches oficiales —entre sanitarios, militares y altos cargos— barrunta que el general Francisco Franco, jefe de Estado español durante los 36 años anteriores e ingresado en el centro desde el 7 de noviembre, acaba de fallecer. “Yo creo que Franco, si no ha muerto, está a punto de morir” es la frase exacta.
La adrenalina por certificar la primicia agita a Marcelino Martín, cuya agenda contiene dos contactos clave: el de Nicolás Franco —sobrino del Caudillo— y el de militar que trabaja en el Servicio Central de Documentación. Ninguno desmiente la información. El oficial del Ejército, incluso, va más allá. A la pregunta del periodista de si cometería un error al publicar un teletipo en el que anunciara la muerte de Franco, la respuesta —tras dudar un poco— es tajante: "no". Tampoco niega el deceso un miembro del equipo médico que atiende en La Paz al dictador.
Orden del director
Con la verificación de tres fuentes, Marcelino Martín llama al domicilio de Antonio Herrero, director de Europa Press, al que despierta. En la llamada, el redactor pone al corriente y pide instrucciones a su superior, que antes de tomar una decisión contacta con otra fuente que certifica la noticia. El siguiente mensaje de Antonio Herrero a Marcelino Martín es claro y conciso: “dalo”. La tarea de redactar el teletipo recae en el otro periodista que estaba de guardia, un joven José Luis Blanco que se muestra reacio sin confirmación oficial. Un grito rompe la quietud de la madrugada. “¡Dalo ya, es orden del director!”.

El teletipo de Europa Press llega a las 4.58 —una hora menos en Canarias— a todas las redacciones con una misma afirmación repetida tres veces: Franco ha muerto. Es el principio del fin de una historia que arranca 39 años antes en Las Palmas de Gran Canaria, durante la madrugada del sábado 18 de julio de 1936, cuando el propio Franco sale del Hotel Madrid —sin pagar la factura, cuenta la leyenda—, se traslada a la Comandancia Militar y ordena declarar el estado de guerra en todo el Archipiélago.
Manifiesto de Las Palmas
A las cinco de la madrugada, el general golpista firma un texto dirigido a todos los españoles, redactado por el teniente Martínez Fusset, que es difundido, dos horas después, por las emisoras de Radio Las Palmas y Radio Club de Tenerife. Es el Manifiesto de Las Palmas. En esa proclama, para justificar la asonada militar, Franco promete "(...) trabajo para todos, justicia social llevada a cabo sin encono ni violencia, y una equitativa y progresiva distribución de la riqueza, sin destruir ni poner en peligro la economía española (...)".
En su alocución, Franco, para finalizar, asegura que "(...) la pureza de nuestras intenciones nos impide el yugular aquellas conquistas que representen un avance en el mejoramiento político-social, el espíritu de odio y venganza no tiene albergue en nuestro pecho; del forzoso naufragio que sufrirán algunos ensayos legislativos, sabremos salvar cuanto sea compatible con la paz interior de España y su anhelada grandeza, haciendo reales por primera vez y en este orden, la trilogía: fraternidad, libertad e igualdad (...)".

Nada de eso es verdad. Lo que sucede en España y en Canarias, en los 39 años siguientes, está marcado por la Guerra Civil que provoca el frustrado Golpe de Estado militar, una represión salvaje durante la posguerra, miles de muertes, el aislamiento internacional durante décadas —que sitúan al país fuera del Estado de Bienestar— y la pobreza —material, individual, educativa, cultural...—.
Pobre, desigual y sin autogobierno
La fotografía social de Canarias en el momento exacto en que fallece Franco es la de un territorio profundamente desigual, con niveles de pobreza muy superiores a la media española y todavía atrapado en un modelo económico de subsistencia. Los estudios socioeconómicos de la época sitúan la pobreza real —no riesgo relativo, sino pobreza material— entre el 30 % y el 35 % de la población canaria (1 de cada 3 canarios), frente al 20–25 % del conjunto del Estado.
Esa brecha se explica por la estructura productiva del Archipiélago: dependencia agrícola, turismo incipiente pero todavía marginal, salarios reducidos y un tejido empresarial muy limitado. La emigración hacia Venezuela, Alemania o Cataluña seguía siendo una opción para miles de familias canarias.
Analfabetismo superior al 10 %
En el plano educativo, la situación era igualmente reveladora. Los censos y encuestas de la época muestran que entre el 10 % y el 12 % de la población adulta de Canarias era analfabeta en 1975, por encima del promedio español. Además, una gran parte de la población solo había completado estudios primarios o ni siquiera eso.

Las infraestructuras educativas eran insuficientes. No existía aún la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, creada en 1989, y la Universidad de La Laguna tenía una dimensión mucho más limitada que la actual. La Formación Profesional era escasa y la continuidad educativa, especialmente en zonas rurales de La Palma, La Gomera o El Hierro, quedaba interrumpida por la necesidad de trabajar desde edades tempranas.
Infraestructuras de otra época
La Canarias de 1975 tenía unas infraestructuras muy lejos de las actuales. No existían autovías como la GC-1, la GC-2, la TF-1 ampliada o la circunvalación de Las Palmas. Los desplazamientos interinsulares por carretera eran lentos, inseguros y atravesaban tramos con trazados muy deficitarios.
Los aeropuertos operaban con capacidad limitada: Gando y Los Rodeos funcionaban, pero lejos de su desarrollo actual, y los aeropuertos de islas como Fuerteventura, Lanzarote o La Palma no se asemejaban en nada a los complejos modernos de hoy.
Sanidad, a años luz
En materia sanitaria, el Materno no existía; la Clínica del Pino ya estaba obsoleta; el Negrín ni siquiera era un proyecto; los hospitales generales de Fuerteventura, Lanzarote, La Palma, La Gomera y El Hierro no se habián construido; y el tamaño de La Candelaria y del HUC era inferior al actual. Además, la Atención Primaria no entró en funcionamiento en España hasta mitad de la década de los 80. Por 1975, Canarias apenas contaba con medio centenar de ambulatorios; hoy cuenta con 110 centros de salud y más de 300 consultorios periféricos, con servicios que hace 50 años eran ciencia ficción: pediatría universal, enfermería comunitaria, laboratorio, urgencias 24 horas, ecografía, salud mental, fisioterapia, vacunación estructurada, historia clínica digital…

Los puertos, pese a su importancia estratégica, tampoco eran los hubs internacionales actuales. El Puerto de La Luz no tenía la plataforma logística, la reparación naval avanzada ni la capacidad de bunkering que hoy lo sitúan entre los más relevantes del Atlántico. El suministro de agua y energía era frágil: desaladoras casi simbólicas, redes eléctricas inestables y apagones recurrentes.
Un contraste radical
Hoy, tras medio siglo de democracia, autogobierno y pertenencia a la Unión Europea, Canarias es un territorio completamente distinto: el analfabetismo es residual, por debajo del 1 %; la pobreza persiste, pero ya no en forma de carencia material extrema, sino como “riesgo relativo” según los estándares europeos; las Islas cuentan con dos universidades consolidadas, una red de Formación Profesional especializada y altos niveles de escolarización; sus infraestructuras viarias, portuarias y aeroportuarias se equiparan a las de cualquier región desarrollada; la economía turística sostiene cientos de miles de empleos y atrae a unos 18 millones de visitantes cada año; la diversificación permite a las Islas apostar por industrias como la tecnológica, la astrofísica, la audiovisual o la del videojuego; y el Archipiélago dispone de un Régimen Económico y Fiscal propio, además de la protección como Región Ultraperiférica (RUP) y de ayudas europeas que compensan los sobrecostes derivados de la insularidad.
La diferencia entre la Canarias de aquel amanecer del 20 de noviembre de 1975 y la Canarias contemporánea es profunda: dos mundos separados por medio siglo de transformación democrática, económica y social.



