El calor de todos los veranos. En la imagen, una persona se baña en una playa durante una ola de calor. / EFE
El calor de todos los veranos. En la imagen, una persona se baña en una playa durante una ola de calor. / EFE

El calor de todos los veranos

Si agosto no existiera, habría que inventarlo, aunque fuera metafóricamente

Ni es el mismo calor, ni es igual este verano a los otros veranos que vivimos antes, como tampoco lo es mayo con las flores o abril con las aguas mil de los refranes. Ni nosotros somos los mismos, ni el planeta tiene el mismo ciclo de las estaciones de hace unos años; pero el calor sí aparece en agosto en las islas, y también cuando viajas cerca, sin moverte de hemisferio. El calor nos lleva a la lectura de los días de asueto, a la música lejana de verbena al caer la tarde o al estruendo de las bandas y los papagüevos. Nos sube en una bicicleta con la que seguimos cruzando horizontes junto a una pandilla de amigos inolvidables a los que ya no vemos hace tiempo, y nos sigue trayendo el perfume del primer amor, junto con el sueño de los primeros versos.

Si agosto no existiera, habría que inventarlo, aunque fuera metafóricamente. Da lo mismo que ya las vacaciones no sean como las de antes, porque lo último que hubiéramos imaginado es que la Liga iba a empezar en ese mes, que la política seguiría siendo política, incluso más política porque, desde hace años, los responsables de los gabinetes de prensa saben que hay más espacio en los medios y que pueden coger con la defensa baja a quien desconecte más de la cuenta o se vaya de viaje lejos, aunque hoy en día no te vas lejos porque siempre llevas el whapsapp y el correo electrónico a todas partes. 

Pero uno, cualquier mañana de agosto, sobre todo las de los sábados o los domingos, sí se da cuenta de que la vida es un visto y no visto, y de que al final solo te quedan las vivencias que logres grabar en tu memoria como se grabaron aquellos lejanos e interminables días de playa, juegos, gafas y tubo, y un cielo azul que parecía eterno y que se confundía con ese océano ante el que solemos pasar de largo casi todo el año. El calor nos devuelve a la epidermis de lo que somos, a la materia que nos iguala con la orilla de la playa cuando sentimos las olas golpeando en nuestras piernas y cuando el frío del Atlántico se convierte en una magdalena proustiana que pone en marcha la moviola de una vida entera entrando y saliendo del agua, camino de la playa, de la mano de muchas personas que ya no están y que solo aparecen cuando vuelves a sentir el calor en tu espalda, o cuando miras alrededor y eres tú el que debes seguir inventando los veranos para que la vida no sea esa sucesión de horarios que nos atrapó un día de septiembre sin que nos diéramos cuenta del juego macabro que nos esperaba. Agosto es el hedonismo de todos los veranos, un aviso necesario para el alma.