Portada de La historia del amor de la editorial Salamandra
Portada de La historia del amor de la editorial Salamandra

La historia del amor

Las palabras devuelven la esperanza ahora que asistimos a guerras terribles, a genocidios y a corrupciones de tirios y troyanos

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Escribo el día del solsticio de verano. Todo comienza de nuevo, pero todo se reinventa. El sol sabe siempre más que nosotros, la luz, la sabiduría del universo. Nosotros somos parte de ese enigma y de ese milagro, ya lo intuían los sabios de la tierra desde hace milenios, el punto exacto en el que el que cae el astro rey con toda su energía renovada. Nosotros también caminamos hacia esa renovación, pero estamos extraviados en nuestros juegos mundanos y en el alicorto vuelo de la inmediatez, la política o en todas esas boberías que rellenan horas de televisión o páginas virtuales que recrean algoritmos cada día más idiotas. Lo otro es sagrado y te eleva, desde tu respiración o siguiendo el sonido del océano o el viento que mueve los árboles. Quizá la literatura, la buena literatura, sí se acerca de vez en cuando a contar ese milagro que es el ser humano cuando se empeña en hacer que crezca su espíritu más que sus dígitos en cuentas corrientes o sus patrimonios inmobiliarios. Nos llevamos solo el alma. Todo lo demás se lo queda la parca.

Hace unas semanas leí uno de esos libros que te remueven el alma. Se titula La historia del amor y lo escribe Nicole Krauss. Me lo habían regalado hacía tiempo y estaba entre la pila de lecturas pendientes. De vez en cuando me acerco a esos libros y leo las primeras páginas. Hay mucho por leer, y a la edad que tengo sé que me iré sin acercarme a muchos libros bellos, por eso, cuando puedo elegir, ya selecciono con tiento lo que leo. El libro de Nicole Krauss venía con una cita de J.M. Coetzee recomendándolo, y para mí el escritor surafricano es desde hace más de veinte años uno de los cinco imprescindibles de mi tiempo, o por lo menos de los que mejor me han enseñado la vida en las novelas.

Fuera de la realidad

No se equivocaba Coetzee ni quien me lo regaló. La historia del amor se emparenta con los grandes clásicos de la literatura. La traducción de Ana María de la Fuente para la editorial Salamandra ayuda mucho a esa grandeza. Tiene todo lo que yo le pido a una novela. De entrada, que logre sacarme de este plano de la realidad y que me lleve hacia ese otro espacio en el que las emociones, los giros del argumento y la manera de presentar la trama logren que viva otras vidas como si las tuviera delante, o como si yo mismo estuviera dentro de ellas. Está el amor, por supuesto, pero no el almibarado sino el que se queda para siempre y serpentea por otros caminos de la vida y del tiempo, y está la propia vida y el propio tiempo, siempre hacedores de todo lo que vivimos.

Aparecen la guerra, la soledad, la tristeza y el azar, y es que el libro se parece tanto a la vida que uno sale de él como de un solsticio de verano. Todo se renueva con lecturas como esta. Las palabras devuelven la esperanza ahora que asistimos a guerras terribles, a genocidios y a corrupciones de tirios y troyanos que solo aspiran a alternarse en el poder para seguir con el mismo juego que tanto daño está haciendo a la democracia. Pero luego está la luz y la vida nueva que aún no conocemos, el renacer, la utopía, y por lo menos uno la encuentra en algunas novelas, con toda su crudeza y todas sus contradicciones; pero contada como si fuera un milagro, que es lo que siempre es la vida aunque casi nunca nos demos cuenta.