La música y el frío

El paso por la calle General Bravo, a la altura del Conservatorio, es un trayecto en donde cada cual crea sus propias melodías con los sonidos improvisados que salen de las aulas del centro musical

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Fachada del Conservatorio que mira a General Bravo el pasado martes, 17 de enero de 2023.
Fachada del Conservatorio que mira a General Bravo el pasado martes, 17 de enero de 2023.

Uno no sabe cuándo llega el frío. Da lo mismo que lo anuncien los meteorólogos. El frío es de cada uno y lo siente cada cual en su momento. En Canarias, además, te puedes encontrar un día de invierno cualquier mañana de julio y el verano soleado y azul que uno sueña a finales de enero. También depende del abrigo que llevemos, de nuestra propia sensibilidad corporal y de esa sensación, como todas las sensaciones, que no sabes bien por qué nunca es la misma siendo muchas veces el mismo momento.

El frío, el primer día frío en muchos meses en Las Palmas de Gran Canaria, lo encontré el pasado martes, 17 de enero, cuando ya casi atardecía y el viento me cogió en la calle con poco abrigo y esa lluvia que cala por todas partes sin que la detengan los paraguas ni los chubasqueros más socorridos. Yo venía de pasear un rato y de comerme una palmera de azúcar en Parrilla, uno de esos lugares secretos en los que coincidimos los golosos de la vida y de la buena masa panadera. Caminaba pensando en mis cosas hasta que llegó el frío y ya sólo me preocupé por ver cómo conseguía que no me derrotara en plena a calle, casi a traición, con tan parco abrigo. Tenía una reunión en media hora, así que lo que hice fue dirigirme a mi casa a por una bufanda y una chaqueta que me asemejara más al muñeco de Michelín y menos a Fido Dido. Y en ese camino, una vez más, me detuvieron las notas perdidas, los acordes repetidos, y toda esa panoplia musical, deslavazada y mágica al mismo tiempo, que se escucha cada día cuando pasas por el Conservatorio a la altura de la calle General Bravo.

Uno imagina a cada niña y a cada joven tanteando su instrumento, sin saber que en la calle ese violín creará una melodía que jamás nadie llevará al papel pautado cuando se cruce con el eco de una trompeta, con el sonido de un violonchelo o con un clarinete que ya soñaba con el concierto de Mozart desde que era madera. Conozco a muchas profesoras y profesores de ese Convervartorio, la mayoría intérpretes o compositoras y compositores virtuosos que admiro como todos los que admiramos aquello que casi nos parece un milagro. Me gusta detenerme cuando canta un pájaro cerca. Nunca paso de largo. Y casi le hago las mismas reverencias que cuando suena Bach o Mahler. En el otro lado de la ciudad, en el Auditorio Alfredo Kraus, se celebra estos días el Festival de Música de Canarias, y uno piensa en cuántos de esos jóvenes que insisten repetitivos y tratando de corregir una y otra vez el sonido de sus instrumentos estarán tocando algún día en ese escenario o en otros parecidos a lo largo del planeta.

También imagino, por ejemplo, a la joven Laura Vega, que hasta hace poco era la vicedirectora del Conservatorio, acercándose al gran Xavier Zoghbi para decirle que su sueño era ser compositora de música clásica. Aquella niña que venía cada día de Vecindario y que se parecería a esos niños y esas niñas que yo escuchaba desde la calle olvidándome ya del frío, estrena obra –"Luz, amor y éxtasis"– dentro de unos días en el Festival de Música de Canarias, concretamente el próximo día 4 de febrero, con la Scottish Chamber Orchestra, y con la interpretación solista del guitarrista, Pablo Sainz Villegas.

Ya hace mucho tiempo que Laura Vega vuela alto. Yo siempre digo que para mí es, sin duda, una de las grandes creadoras contemporáneas de las islas, un lujo del que ya presumimos todos los que la admiramos y la conocemos. Vayan a escuchar ese estreno y busquen la música de Laura Vega por esos recovecos siempre milagrosos de internet. Ahora que llega el frío no concibo más abrigo que la música para olvidar el hielo que a veces deja el desconsuelo en el camino. Ese Conservatorio, con sus sonidos libres y caóticos que salen a la calle cada día, es un remanso de esperanza en una ciudad en la que el océano también improvisa diariamente los sonidos de la vida.