Hagan caso a Alexis Ravelo: ¡lean, carajo! / Siruela
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Las bibliotecas de Lola y de Alexis

Los dos amaban los libros y hablaban de libros a todas horas

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Se les echa mucho de menos. Representaban la generosidad, tenían talento, dejaron una obra de primera magnitud que nos contará cuando ya no estemos, y eran dos amigos con los que jamás hubo una quiebra, dos seres admirables y admirados, que hoy tienen una biblioteca. No hay nada que consuele su ausencia, sobre todo porque se fueron dos faros que alumbraban y que, además, hacían que alumbraran los que estuvieran cerca. Son los ejemplos a seguir en ese mundo extraño de las letras. Ya Alexis y yo decíamos siempre que reivindicábamos el espíritu Campos-Herrero, todo lo que nos ayudó Lola a los dos en nuestros comienzos, su ejemplo de resistencia sin una queja y, por supuesto, sin ninguna malandanza; por eso ahora que no están se les sigue recordando, admirando y homenajeando, y así lo haremos siempre todos los que les conocimos y tuvimos la suerte de compartir con ellos muchas horas de amistad y de literatura.

Felicito al equipo de Cultura del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria por haberle puesto el nombre de Alexis Ravelo a la Biblioteca Pública de Tamaraceite que está en el Centro Cultural Jesús Arencibia. Donde quiera que esté, sonará el estruendo inconfundible de su carcajada y mirará con orgullo ese logro tan grandioso que lo dejará para siempre entre los libros, como mismo sucedió con Dolores Campos-Herrero, que tiene una biblioteca con su nombre en Ciudad Alta. Resulta extraño escuchar el nombre de dos seres tan cercanos como nombres de esos templos del saber. Uno los imagina todavía al otro lado del teléfono o sentados los tres en Cuasquías o en cualquier encuentro literario; pero, ya con la pena inevitable de su ausencia, es verdad que los que los quisimos sentimos el orgullo de encontrar sus nombres donde merecían sus trayectorias. Allí estarán todos sus libros, pero también los libros de todos nosotros, en esos anaqueles que se presentan siempre como lugares que pueden cambiar la vida de la gente.

Buzatti o Vonnegut

Los dos amaban los libros, hablaban de libros, y se reconocían tan lectores como escritores. Siempre hablábamos de lo que escribían los otros, cada nueva conversación tenía que ver con el libro que estábamos leyendo o que habíamos leído recientemente, y casi adoctrinábamos al otro con la insistencia de su lectura, sobre todo Alexis, que era siempre el más pasional y al que no podías decirle que no ibas a leer ese libro que te recomendaba con vehemencia. A Lola y a Alexis les debo muchos de los mejores libros que he leído en mi vida. Recuerdo a Alexis casi obligándome a leer El desierto de los tártaros de Buzatti o a Vonnegut. Por supuesto que le hice caso y que no se equivocaba, como no se equivocaba Lola con cada uno de los libros de los que te hablaba. 

Echo de menos esas charlas y sus presencias, y de vez en cuando me adentro en sus libros para hablar con ellos, para escucharlos en cada uno de sus personajes, en sus novelas o en sus cuentos. Los dos son ahora una biblioteca. Les hubiera gustado que escribiera esto, que sus nombres están en bibliotecas que guardan los libros que son una de las pocas resistencias que nos quedan para que el mundo no se nos termine de romper en mil pedazos delante de nuestros ojos. Habrá gente que se salve entrando a la Biblioteca Dolores Campos-Herrero o a la Biblioteca Alexis Ravelo. Y allí estarán siempre ellos como aquellos fantasmas del Roxy de la canción de Serrat, moviéndose entre las estanterías y las salas de estudio, revolviendo ese halo mágico que dejan los que un día se fueron, pero se quedaron en nuestro corazón y en nuestro pensamiento.