Hay una idea que se repite en voz baja, disfrazada de buenos consejos, reforzada en la escuela, amplificada en los trabajos y normalizada por la familia y la sociedad: si no encajas, el problema eres tú.
Si cuestionas lo que a otros les parece normal, eres complicado.
Si haces las cosas a tu manera, eres un rebelde sin causa.
Si no te conformas, algo está roto en ti.
Pero ¿qué pasaría si te dijera que no encajar no es un error, sino una señal? ¿Qué pasaría si la incomodidad que sientes es una pista, una grieta por donde se cuela una verdad más grande, más incómoda y mucho más liberadora?
¿Y si no encajas no porque estés defectuoso, sino porque has venido a hacer algo distinto, algo que no cabe dentro de las estructuras actuales?
Desde pequeños nos entrenan para seguir instrucciones, repetir patrones, respetar jerarquías y buscar aprobación. El sistema educativo, por ejemplo, rara vez premia la curiosidad auténtica, la creatividad radical o la duda razonada. Más bien alienta la obediencia silenciosa, la repetición correcta, la normalidad segura.
Pensamiento crítico
Así se fabrica a escala: empleados eficientes, ciudadanos dóciles, consumidores insatisfechos.
El que cuestiona de más, molesta.
El que se sale del guión, distrae.
El que piensa por sí mismo, incomoda.
Y esa incomodidad es peligrosa para cualquier sistema que dependa de la rutina, de la inercia y de la falta de pensamiento crítico.
Los que no encajan, en cambio, suelen ver cosas que otros no ven. Tienen una sensibilidad distinta, una mirada más aguda, una forma de pensar que no cabe en las casillas tradicionales.
No es que estén perdidos, es que a menudo están adelantados.
No es que no comprendan el juego, es que ya no quieren jugar con esas reglas.
Lo paradójico es que muchas de las personas que hoy consideramos genios, pioneros o referentes, tampoco encajaban.
Steve Jobs fue despedido de su propia empresa por ser "difícil".
Nikola Tesla murió solo, olvidado por un sistema que no supo qué hacer con una mente como la suya.
Einstein fue considerado lento en la infancia y sus profesores dudaban de su inteligencia. Y sin embargo, fueron precisamente esas mentes "incómodas", disonantes, las que cambiaron el rumbo de la historia.
Transformar
La verdad es que el sistema no está diseñado para que tú brilles. Está diseñado para que seas útil, predecible y, a ser posible, obediente.
Te quiere eficiente, pero no creativo.
Disciplinado, pero no libre.
Te quiere dentro de un molde.
Si encajas, perfecto. Si no, lo intentará todo para que te ajustes. Y si no lo logras, te convencerá de que el error está en ti.
Lo que no te dirá es que tal vez tú no viniste a encajar. Viniste a transformar. Viniste a cuestionar lo que nadie se atreve. A levantar preguntas incómodas. A crear nuevas formas de hacer las cosas. Y eso, por definición, choca con lo establecido.
Eso sí, no todo el que no encaja está listo para cambiar nada. También hay muchos que no encajan porque están huyendo de sí mismos. Porque no quieren hacerse responsables. Porque es más cómodo llevar la etiqueta de “incomprendido” que construir algo propio.
Incomodidad profunda
Aquí no se trata de victimismo ni de arrogancia disfrazada de rebeldía. Se trata de propósito. De usar tu diferencia como una herramienta de construcción, no como una excusa para el estancamiento. Ser diferente no es suficiente. Hay que usar esa diferencia con intención, con acción, con coraje.
Y aquí está la clave: si tú no encajas y lo sabes, si has sentido esa incomodidad profunda en los trabajos convencionales, en los discursos vacíos, en los entornos donde todo se repite sin alma, entonces tienes dos caminos.
Puedes pasarte la vida sintiéndote raro, peleado con todo, resignado a vivir en tierra de nadie. O puedes usar esa energía para crear algo que no existía. Algo tuyo. Algo necesario.
Porque cada vez que alguien se atreve a ser auténtico, le da permiso a otros para hacer lo mismo.
Y ese pequeño acto, silencioso y personal, ya es una forma de transformación social.