Quedará la luz aunque dejemos de verla. Algunos no miran nunca al cielo y se creen más importantes que lo que realmente son. Solo se miran el ombligo o la cara en los espejos y en las pantallas. La luz estaba antes, y seguirá estando cuando se vayan. Ellos creen que seguirán viviendo en otros planetas o que la muerte es como el sueño diario, piensan que regresarán al día siguiente o que seguirán mirando lo que sucede en el mundo cuando desaparezcan. Les ciega el resplandor de su propia ignorancia. Toman decisiones geoestratégicas si les dan ese poder, y si no deciden el trazado de las calles de un barrio o dónde ponen un estadio de fútbol o un parque, y lo hacen como si estuvieran entronizados, como seres que se creen inmortales por leer su nombre en una placa de un pueblo o en todos los periódicos del planeta. El ser humano ha llegado estos días a un punto de no retorno. Camina hacia adelante confiando en los ciclos de la historia; pero esta vez, si no nos detenemos y nos damos cuenta de lo poco importante que somos ante la muerte, ya no habrá segundas oportunidades porque haremos saltar el planeta por los aires o lo convertiremos en un lugar inhabitable.
No me he levantado apocalíptico, pero esto que escribo es lo que me encuentro a diario en las noticias, y lo que luego se extiende en todas partes, en las oficinas, en las guaguas o en las colas de los supermercados, todos esos comportamientos prepotentes, altaneros y cada día más vocingleros y violentos. Están ganando los malos, los peores de la clase, los más pendencieros, los matones de todos los patios de todos los colegios, o eso es lo que creen ellos, pobres seres mortales que se olvidan de que no saben de dónde vienen, ni a dónde irán cuando se apague el corazón que les pone en marcha.
Y sí, ya sé que siempre ha habido Nerones y Hitlers, bárbaros y salvajes, y que la historia de la humanidad es un abuso del más fuerte contra el que buscó el diálogo, la convivencia y la concordia. Y sé también que al paso de los años quedaron las civilizaciones en donde la cultura y el pensamiento se imponían a esa fuerza; pero porque tenían tiempo, y el tiempo camina a favor de los que siembran para mañana, por eso siempre fueron los creativos y los que no contaban con esa fuerza los que cambiaron la vida en la Tierra. Ahora no creo que dejen tiempo, y además estamos haciendo el camino de vuelta al pasado, al abuso de los caínes que además se están reinventando la historia en esas redes sociales que dominan y controlan para que la mentira, por fin, valga más que la verdad de tanto repetirla y de tanto apelar a las vísceras con imágenes que muevan a la rabia que guardamos de cuando éramos unos simios que lo resolvíamos todo a garrotazos.
Pero, a pesar de todo, sigue estando la luz, y el arte, y el canto de los mirlos que estos días nos despiertan antes de que amanezca, y está la bondad de otros humanos, y los que ayudan en todas partes, y también la dignidad de los que pierden y resisten a pesar de quedarse sin nada. Esa luz es la que nos hace mantener todas las esperanzas. Venimos de ese fulgor que no entendemos, y también de esa espiral que Martín Chirino recreaba una y otra vez para que no olvidáramos que el origen y el final están entrelazados, y que somos dioses al mismo tiempo que humanos, materia, energía, y milagro de un universo que no nos creó para hacer lo que estamos haciendo ahora mismo sobre la tierra. Vinimos a aprender de la luz y de la espiral, a descifrar el enigma de la materia, y para ello creamos el arte y la palabra, la sonrisa y el abrazo. Esos que hoy mandan en el mundo y se asoman a las pantallas, chulescos y desafiantes, no aprendieron nada, pero son los que mandan. Hemos dejado que gobiernen y que vayan apagando todas las luces de la fiesta de la existencia. No aprendimos nada. Lo sabe ese amanecer diario que cada día se asombra más de nuestra arrogancia
