Imagen de una de los graffitis de Vegueta justo en la esquina de la Plaza de Santa Ana el 12 de febrero de 2025. / AH
Imagen de una de los graffitis de Vegueta justo en la esquina de la Plaza de Santa Ana el 12 de febrero de 2025. / AH

El pintor de Vegueta

Muchos creen que la vida es un 'tiktok', y que la fama se gana con la imagen

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Ha llenado Vegueta de rayones por todas partes. Puede decir que no ha pintado en la Catedral, en la Casa de Colón, en la ermita del Espíritu Santo o en la fachada de las Casas Consistoriales, pero tiene todo el barrio lleno de graffitis, en Sor Jesús, en Obispo Codina, en Luis Millares, en López Botas. Ha querido dejar huella como en aquel poema de Gil de Biedma. Habría que explicarle que la huella se deja con trabajo y cuando alguien elige su obra, no llegando con un spray y obligando a la gente a ver la fealdad de sus garabatos.

Muchos creen que la vida es un tiktok, y que la fama se gana con la imagen, y no saben que la imagen es un reflejo de lo humano, y que lo humano es efímero, olvido, como eso que dicen que nos inmortaliza y que no es más que humo digital en esa hoguera de las tonterías en la que hemos convertido la vida últimamente. No sé a qué hora vendría a pintar las calles de Vegueta, pero me lo imagino con una subida de dopamina viendo su firma por todas partes, y a lo mejor está todo el día por el barrio histórico observando su fama y a todos esos cruceristas pasando delante de sus creaciones. El problema, estando como está la ciudad, es que esas obras pueden terminar como las de  la Capilla Sixtina sin que nadie las borre. Pasan las semanas y ahí siguen, y si es como la basura o el mal olor de las calles, hay que reconocer que el artista sabe lo que hace, porque sus obras durarán más en la calle que en cualquier museo.

Como escribí, ha elegido muros aparentemente sin valor, pero imaginen que todos hacemos lo mismo, que garabateamos los muros de las calles, que los llenamos de versos cursis e infumables o que los rayamos de arriba abajo con nuestras firmas. La ciudad ya sería entonces como un jeroglífico del apocalipsis, que ya lo es con tanta obra, tanta suciedad y una inseguridad cada día más evidente. Da pena ver el deterioro de una ciudad que en lugar de mejorar, empeora y se afea cada día un poco más. Así es como aparecen estos pintores que no saben ni dibujar un cuadrado y que se exhiben en el lienzo de sus paredes. Lo tiene fácil para pintar también a plena luz del día porque ver a un policía caminando por las calles de Vegueta es como encontrar tréboles de cuatro hojas entre los adoquines de sus calles. 

Hace años se dibujaban corazones con tizas en las paredes y en los suelos, pero ese era un trazo que se sabía efímero porque siempre lo borraba la lluvia. Ahora imagino que los adolescentes enamorados se enviarán emoticonos por las pantallas, que es mucho más aséptico y más inmediato y certero. Aquellos corazones solían tener dos nombres, el de quien pintaba y el del amor que estaba tratando de conquistar con su arte callejero. Ahora solo hay egolatría y tinta que se queda sin que nadie le haya dado vela en ese entierro, trazo que se impone por la cara, porque el Dalí del spray quiere que lo veas, y porque ese Dalí confunde la pared de una casa en la que vive gente con la pantalla de la tele. El pintor de Vegueta, que no pinta nada porque solo traza rayas como un niño de parvulario, podría venir una noche y borrar lo que ha hecho. No es un niño, porque algunas de sus creaciones están a la altura de quien se supone que tiene dos dedos de frente y que ya sabe lo que hace.