Ya ni el mar es lo que era, búsqueda de horizonte, sueño de aventura, remanso de mirada, el mar, desde hace tiempo, es un cementerio en el que quedan para siempre los que escapan del hambre, y además el mar más cercano, el que vemos desde las avenidas de la costa o el que nos sitúa en el mapa de nuestro pensamiento cuando subimos alto y lo vemos desde la cumbre o desde las montañas de Teror, de Ingenio o de Artenara, todo lo que somos viene de ese piélago que sigue navegando más allá de nuestra mirada, incluso lo es, porque venimos de esos fondos cuando no éramos más que esporas, para todos los que ahora niegan que la Tierra es redonda porque solo quieren ver lo que está delante de sus ojos y dicen que el horizonte no se curva en ninguna parte.
El mar es el pie de rey de nuestra condición humana porque, de alguna manera, uno regresa siempre a casa en cada orilla, y también porque nos pone ante el espejo esa idiotez a la que camina buena parte de la raza humana negando la ciencia, negando a Pitágoras, a Darwin o a Einstein, aunque luego no nieguen a Fleming ni a todos los que han dado, gracias a la ciencia, con el remedio para muchas enfermedades. Pero no creen en la ciencia, ni tampoco entienden que alguien pueda emocionarse delante de un cuadro de Rembrant o al leer un poema de Baudelaire. Y encima ahora nos han vallado hasta la grúa del Muelle Viejo de Agaete en el que aprendí casi todo lo que sé de nuestra condición aventurera, tirándome desde lo más alto o dejándome mecer en la soga desgastada por el salitre como un Tarzán Atlántico, antes de caer a un vacío de piedras blancas, erizos negros y fondos transparentes como los que ya no encontramos, como tampoco encontramos la imagen imponente del Dedo de Dios en la distancia.
Pero el mar también está dejando ver nuestra codicia descerebrada. Se derriten los polos, sube el nivel de las orillas y dejamos basuras flotando por todas partes, aunque no queremos reconocerlo y preferimos buscar ahora en sus fondos, los mismos que llevamos horadando desde hace años en busca de petróleo con todas esas plataformas que luego fondean en nuestras costas convirtiéndolas en Chicagos improvisados cuando llega la noche y las miramos encendidas desde la distancia. Ahora escarban en tierras raras para que sigamos buscando en las pantallas lo que deberíamos buscar en un atardecer de la costa, o cuando amanece y te das cuenta de que todo está igual en el cielo que hace un millón de años, aunque no estuviéramos entonces, como tampoco estaremos cuando pase otro millón de años para poder contarnos lo poco importantes que éramos ante la inmensidad del cielo y del agua.
No se detendrán si es verdad que cerca de nuestras costas, en las mismas en las que mueren cientos de personas cada año porque no hay nadie que esté cerca para rescatarlas, o para evitar que se aventuren con esas mafias cada vez con más puentes de plata, encuentran esos minerales y buscan la manera de sacarlos. Dentro de poco, imagino que veremos nuevos aparatos futuristas en nuestras costas. Perforarán los fondos marinos con la misma codicia con la que llevan años perforando las montañas. Y no dejaremos nada. Ese será el recuerdo del ser humano cuando desaparezca del planeta. Acabaremos matando a quien nos dio la vida cuando empezó nuestra aventura darwiniana, la que ahora niegan todos esos que, ganando dinero, se creen que ganan conocimiento. Los que ahora gobiernan. Los que están mandando en el planeta. Los que quieren rearmarnos para que estemos siempre en guerra.