"En el barrio de El Toscal siempre ha habido okupación", dice Nino, uno de los vecinos de este barrio tinerfeño, que se ha colocado en el mapa de la ocupación ilegal desde que un grupo de vecinos denunciara la toma de una vivienda en la calle El Saludo, y más tarde la de otra casa muy próxima a esta en el Pasaje Segundo Ravina, que ya ha sido desalojada.
Desde entonces, han organizado caceroladas para llamar la atención y pedir que vacíen la vivienda. Según afirman, en una de estas manifestaciones, un okupa amenazó con un cuchillo a los participantes, lo que ha generado temor en muchos residentes. Sin embargo, depende de a quién preguntes, esta inseguridad se vive con más o menos intensidad: de los más de 15 vecinos preguntados por Atlántico Hoy, solo tres mostraron preocupación por el problema.
Casas abandonadas
En esta zona de El Toscal hay muchas casas terreras en estado de abandono, que han sido históricamente viviendas ocupadas, en parte debido a la incertidumbre sobre la propiedad de muchas de estas viviendas. Así que para algunos vecinos, como Nino, el problema "no es que sean okupas, es que estos son delincuentes".
Comercios y residentes consultados coinciden en que el fenómeno no es nuevo en la zona, y que el posible cambio en la sensación de seguridad se debe al comportamiento de ciertos grupos específicos. Para José Antonio, por ejemplo, los ocupantes problemáticos ya fueron desalojados por la policía y, en su opinión, la situación no ha generado altercados graves en el barrio.

Los comercios
Los comerciantes tampoco han reportado incidentes relevantes. Daile, propietaria de la peluquería que se encuentra justo en frente de la casa en discordia, asegura que no ha notado alteraciones en su negocio ni en la seguridad del barrio. Para el propietario de una tienda de productos navales cercana, la sensación es la misma: "Nosotros no hemos notado nada".
Tampoco en el SuperDino de la calle El Saludo parece que se haya alterado ninguna dinámica. Jessica, empleada de este supermercado, asegura que no han tenido problemas con los ocupantes, aunque no baja la guardia: “No han sido agresivos ni han causado problemas, pero una siempre está alerta”.
Otros, como Milagros, que regenta una tienda de ropa, mencionan que el único ruido que han percibido proviene de las caceroladas organizadas por los propios residentes en protesta. “No he sentido inseguridad, aunque sí me preocupan los problemas de vivienda en la zona”, comenta.
La noche y los menores
Pero es cierto que estos establecimientos tienen horario diurno y habría que preguntarse cuál es el ambiente nocturno del barrio. Sonia, madre de dos adolescentes, sí ha modificado su rutina por precaución. “Antes mis hijas de 12 y 15 años volvían solas a casa, ahora prefiero ir a buscarlas porque no me atrevo a que vengan solas”, explica.
Muchos vecinos coinciden en que por las noches estos grupos "arman escándalo y se emborrachan". Para Sonia, “primero empezaron con música, bebiendo y sacando sillas a la calle, pero ahora te miran mal, te insultan y escupen. Incluso han sacado cuchillos”, detalla refiriéndose al altercado ocurrido con los manifestantes.
Sara, vecina también madre de una niña, comparte esta percepción de inseguridad reciente por los menores, y también es de la opinión de que el problema no radica en la forma en la residan, sino en el comportamiento de los individuos concretos.
Un barrio 'goloso'
Para otros, como Sergio, detrás de esta alarma mediática de la okupación hay intereses ocultos. "El barrio es muy goloso para la gente que especula", señala, y asegura que, aunque antes las viviendas eran desvalorizadas por su antigüedad y estructura de adobe, ahora "a ellos les interesa", señalando que muchas casas han sido compradas y renovadas con fines lucrativos.
Para algunos, el problema ha sido exagerado. Nino cree que “ha habido un poco de paranoia” y que se ha magnificado la situación. “El barrio siempre ha estado ocupado, pero ahora hay especulación y se ha generado más ruido del necesario”, opina Sergio.